En el colegio la prioridad absoluta es preservar debidamente la atmósfera de disciplina y concentración para el estudio. No se pasan por alto las diversas alternativas del curso de los acontecimientos, y de hecho el señor Vicerrector, a cargo de la Rectoría, ha determinado el uso obligatorio de escarapelas argentinas en las solapas, decisión que afecta a los alumnos del colegio no menos que a sus autoridades. Pero en una casa de estudios es eso precisamente, la aplicación al estudio, lo que debe privilegiarse. La tarde en la que, por razones que se ignoran, sonó la sirena del diario La Prensa, y que debido a su proximidad se escuchó en el colegio como si se la propalara por los parlantes que hay en los claustros, no faltaron gemidos de inquietud y una vaga fantasía de bombardeo. Incluso los profesores, o sobre todo los profesores, mudaron sus expresiones hacia la mesurada precaución o hacia el miedo declarado, según los casos y los temperamentos, al sentir ese sonido hasta entonces conocido tan sólo en las películas. La sirena del diario La Prensa sonó durante casi un minuto esa tarde, y nunca se supo por qué: si la activaron accidentalmente o si la estaban poniendo a prueba. El único sonido del exterior que por lo común es capaz de llegar hasta el colegio, atravesando el considerable grosor de sus históricos muros y el hermético envasamiento de sus ventanas siempre cerradas, es el anuncio acampanado de cada hora exacta, de cada media hora, de las y cuarto y de las menos cuarto, emitido desde la torre del ex Concejo Deliberante con idéntica música a la que, en Londres, caracteriza al Big Ben. Fuera de ese conteo minucioso del paso del tiempo, que el colegio recoge a una cuadra de distancia, las jornadas de clase transcurren como si el edificio del colegio no estuviese en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, sino en medio de un desierto. Nada de lo que pueda sonar afuera alcanza a resonar adentro. Pero la sirena del diario La Prensa, instalada en esa célebre cúpula que da lustre a la Avenida de Mayo, sonó afuera como si estuviese adentro. Y adentro, para peor, todos callaron, suspendidos y pendientes. Duró un minuto, casi un minuto. Después volvió el silencio y nada pasó. Nada. Entonces hubo risas nerviosas, bastantes risas, cosa extraña en el colegio, y las hubo incluso entre los profesores, o sobre todo entre los profesores. Pasado ese minuto, y pasado su desenlace, el dictado de clases se retomó como si nada hubiese acontecido; a nadie se le ocurrió que hubiese otra posibilidad, y de hecho no la había. Sólo la dictadura de Rosas, que fue la mayor tragedia de la historia argentina en todo el siglo XIX, había interrumpido las actividades de enseñanza en el colegio, y nada semejante debía volver a ocurrir, ni siquiera por un día.
Por la novela Ciencias Morales, Martín Kohan obtuvo el Premio Herralde 2007.
1 comentario:
Chicos, en el diario Uno de hoy lunes 8, salió una nota interesante a los chicos de la Sudestada. Pa guardar y reenviar. Muy buenas las actividades del viernes y sábado.
Una abrazo
Manolo
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